Sobre una fotografía de Valtierra
Por Ana Lourdes Ross A.
Nada se restituye, nada otorga
el verdor a los
campos calcinados.
Ni el agua en su destierro
sucederá a la fuente
ni los huesos del águila
volverán por sus
alas.
José Emilio
Pacheco
La
fotografía es por mucho, un elemento ambiguo del arte. Su sentido compositivo
se apoya en la experiencia, en la educación, a veces en la coincidencia, y
muchas veces en la elección de los temas. De entre éstos, el paisaje, el cuerpo
como soporte de experiencias, los objetos como acción simbólica o la
autorreferencialidad, entendida ésta como la memoria individual, personal, del
fotógrafo; son las elecciones del artista que se trasladan a las imágenes.
La
guerra es, tristemente, un tema que se perpetúa en el mundo que vivimos;
prácticamente en todas las regiones existen conflictos, donde los ojos de muertos
que no conocemos no nos miran, pero tampoco los miramos. Víctimas, o como
dijera un ilustre personaje, “daños colaterales”, se suceden en todo el orbe, y
aliados, contras, guerrilleros, narcos, secesionistas, libertarios, sectarios, milicia,
nacionalistas, independentistas, religiosos, dictadores, imperialistas,
nazifacistas; preceden un montón de etcéteras que se enfrentan unos contra
otros en diversas condiciones, las más desiguales.
Este
es un motivo que ante el ojo visor (y avizor) de los fotógrafos, da mucho tema
del qué ocuparse. Instantes de destrucción, rostros en la sorpresa, ocupaciones
que alteran el ritmo de la cotidianidad, miradas de terror, sadismo o dolor, se
captan ante un obturador que tiene
poco de objetividad. Una imagen fotográfica no es legible porque no es
evidente; obedece, como apunta Didi-Hubermann, a un inicial desconcierto que
poco a poco modifica el lenguaje humano para crear pensamientos. O el aura, que
apuntara Benjamin.
Por
ello el fotoperiodismo es necesario. En un mundo donde las imágenes pueden ser
manipuladas por una descontextualización, un error intencionado o no en un pie
de foto, o un recorte de la imagen primera; el periodismo que investiga y
utiliza las imágenes para dar fe de acontecimientos que los poderes fácticos o
intereses particulares pudieran obviar, es una herramienta de alteridad. Tal es
el caso del periodismo de Pedro Valtierra, nacido en Fresnillo, Zacatecas en
1955. Fotógrafo de profesión, pasó de la Presidencia de la República, a fotoperiodismo
en El Sol de México, Unomásuno, La
Jornada, y a fundar dos agencias: Imagenlatina
en 1984 y en 1993 Cuartoscuro. Muchas
exposiciones (más de 300 individuales) a nivel nacional e internacional, así
como diversos libros publicados, dan cuenta del nivel de su trabajo; de hecho, fue
Premio Nacional de Periodismo en el año 1983, y ha recibido diversos reconocimientos
internacionales por su labor.
El
suyo, es un trabajo de conjunción notable entre lo real y lo inconsciente: lo
que se encuentra fotografiado implica una mirada que secciona, elige, decide
desde la perspectiva de Valtierra. Pero al mismo tiempo, la temporalidad del
azar es la inconsciencia que deja tras de sí, una huella visual. Fue esta
conjunción entre azar y conciencia lo que permitió a Valtierra ir tras la
objetivación en su cámara de los acontecimientos tristemente denominados como
“La matanza de Acteal”. Es de recordarse que en 1997, en diciembre 22, un grupo
de refugiados, indígenas tzotziles de la organización “Las Abejas”, brazo del
zapatismo, se hallaban rezando en el interior de una iglesia de la localidad de
San Pedro Chenalhó en los Altos de Chiapas. La política oficial seguida para castigar y desarmar a los
indígenas zapatistas resistentes, consistió en atacar con violencia por medio de supuestos
conflictos étnicos entre comunidades. En Acteal, un grupo de paramilitares asesinaron
a 45 niños, mujeres, mujeres embarazadas y hombres de todas las edades. Todos
ellos fallecieron ante el poder mercenario del Estado.
En
los primeros días de enero, el periódico La Jornada envió a Pedro Valtierra al
campamento de desplazados de X’oyep; ahí, la tarde anterior se había asentado
un grupo de soldados del gobierno mexicano. En una asamblea, los indígenas
protestaron para que se fueran los militares, y es este el momento en el que
Valtierra disparó su obturador: en el cuadro 24 del rollo que portaba, quedó
registrada la imagen de dos mujeres tzotziles que en su estatura pequeña, con
trajes tradicionales, rebozos y cabello amarrado en una coleta, sujetan a un militar en primer plano desde
sus pertrechos; alebrestadas, empujan de la correa de la mochila, del pecho,
del cuello, a un sorprendido militar que casi pierde el equilibrio ante el
embate de unas mujeres que no se muestran nada débiles.
Para
efectos de publicación en el diario, la imagen fue recortada, al eliminar un
soldado de quepí y una mujer casi niña en el extremo derecho de la foto. El
resultado fue el de una imagen que quedó como la síntesis del conflicto
chiapaneco y el zapatismo: pocos días después de la matanza de Acteal, las
mujeres son las representantes de una sociedad que rechaza la opresión a
cualquier parte integrante de la misma. En una dirección diagonal, la inclinación
de las mujeres que empujan al soldado presenta la reiteración de un paralelismo
en diagonal inferior derecho al superior izquierdo, remarcado por una
metralleta en el flanco del soldado, pero que se equilibra tanto con la cabeza
vertical como con el brazo en tensión del soldado mismo en diagonal contraria.
Destaca además, la luminosidad de la mano derecha del mismo soldado que denota
su sorpresa y que, por efecto de la perspectiva se observa de mayores
dimensiones, abierta y sujeta por la mano de otro soldado cuyo cuerpo no se
observa, y le apoya para no caer. Al fondo, la imagen se reitera con rostros y
cascos de otros soldados, y con cuerpos de colorida indumentaria de las mujeres
indígenas, en una sinuosidad que apunta a una multitud. Detrás, un cielo con
sobreexposición en blancos, que señala bruma que apenas deja entrever un poco
de vegetación hacia el lado izquierdo superior de la imagen.
La
alteridad de la imagen es notable por cuanto que el ejército representado en un
sorprendido soldado, es el que se defiende de la agresión femenina. De unas
mujeres que en su estatura disminuida, producto de siglos de desnutrición y
abandono, le generan inestabilidad. De un grupo de indígenas que a pesar de ser
masacrados, tienen aún la fuerza para luchar por un mínimo de equidad humana.
El ojo de Valtierra captó un instante terrible, fue la mirada oportuna en el
lugar preciso; el resto forma parte de una historia triste y, espero,
inolvidable.
FUENTES CONSULTADAS
Benjamin,
W. (2003). La obra de arte en la época
de su reproductibilidad técnica. México: Itaca.
Cuartoscuro Revista de fotógrafos. Año III,
no. 17, marzo-abril de 1996.
Cuartoscuro Revista de fotógrafos. Año X,
no. 60, junio-julio de 2003.
Didi-Huberman,
G. (2012). Arde la imagen. México: Serieve
[6]
Rodríguez,
J.A., (2016) “Visiones renovadas. La revolución de la fotografía mexicana
contemporánea”. Mexicanísimo. No 93.
Enero. México. Pp. 22-32
Imagen tomada de Aguilar, D. "Mujeres de X’oyep", ícono del
zapatismo. Recuperado de http://danielaguilarfotografo.blogspot.mx/2013/12/mujeres-de-xoyep-icono-del-zapatismo.html
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